Aprender


Acabo de recordar con cierto orgullo escribiendo esta entrada, que cuando éramos unos enanos, durante un verano enseñé a nadar a mi hermana, ella 8 años menor que yo.

Si vemos el discurso de nuestra vida como un cuerpo que flota a medida que una piscina se llena, envejecemos pensando que lo único que podemos hacer en pelearnos por mantener la cabeza fuera del agua, intentando no ahogarnos.

¿Sé nadar…bien?

Para enseñar a nadar primero debes saber hacerlo tú, preferiblemente más o menos de forma decente, y eso inquieta, porque has de revisar y analizar tu técnica de brazada, evaluar si es mediocre y poco efectiva. A la par debes transmitir la seguridad suficiente para que el que está ahora nadando a duras penas, confíe en tu buen hacer.

Exponerse a auditoría siempre asusta, te puede llegar a no gustar lo que puedas descubrir. Te da miedo confirmar que tu brazada no era tan buena como pensabas, y que además, estás muy lejos de los medallistas olímpicos. Te entran las inseguridades.

Pero sin revisar la técnica jamás te acercarás a medallista, tampoco sabrás si podrás mantenerte en el agua mientras la línea de agua sube o las aguas se tornan turbulentas, con más elegancia, sobriedad y suficiencia de lo que lo haces ahora.

Aprender… ¿enseñando?

Dentro de unos días me embarco en una aventura personal, en una prueba vital que me apetece y asusta a partes iguales. Voy a impartir clases de una asignatura de Diseño de Interfaz y Experiencia de Usuario para una diplomatura de enseñanza privada.

Durante el proceso voy a revisar mi técnica y método, no me faltan nervios e inseguridad, probablemente comprobaré que no sé muchas cosas, pero tengo confianza en que podré transmitir otras tantas. Me gusta pensar que dentro de unos añitos, espero recordar de nuevo que alguna vez pude enseñar a alguien a nadar.