Arrastrándo-nos.

Juro que a veces lo mataría, le señalaría con el dedo como se señala en los relatos bíblicos y le diría varias cosas y ninguna buena.

Estoy harta de él, de su cara, de su pelo lacio y sus ojos tristes, de su forma de mirarme.

Ser padres nos va a arrasar, a tirar al suelo y a arrastrarnos como mopas sucias. No va a quedar de nosotros más que un amasijo de carne, pelo y reproches.

Hoy hemos ido a comprar al supermercado.

Lo habría atropellado en el parking con el coche y en la tienda con el carro de la compra.

Quería hacerlo desaparecer sin importarme si dejaba rastro tras de sí, sin preocuparme por si el resto de la humanidad, concentrada en ese supermercado a última hora de la tarde, me acusase o testificara en mi contra.

Lo he visto cruzar un pasillo al fondo, con una caja de cereales debajo del brazo y una bolsa de frutos secos en la otra mano. Distraído, encaminado hacia el pasillo de los cafés.

He recordado lo que le gusta hacer café y ese olor de todas las mañanas, en las que no ha faltado con su taza a mi lado, siempre con otra para mí.

Le he visto avanzar sin mirar a nadie, porque es que, a él, como me dice siempre, los demás le dan igual.

Con sus zapatillas respetuosas para el pie, anchas, sus manos grandes moviéndose al compás de sus piernas fuertes, esa espalda algo encorvada de tantos años montando en la bici. Iba en busca del mejor café para nosotros, aunque sabe, porque me conoce, que buscaba su desgracia. Al mirarlo me ha recordado que le quiero mucho sin proponérselo y he dejado de estar enfadada.

Cuando he llegado a su altura aún no había escogido café. Me he acercado a él arrastrando el carro de nuestra pequeña hija y he apoyado mi barbilla en su hombro mientras él buscaba el idóneo.

De entre todos los cafés, vamos a coger el mismo de siempre, que es el que nos gusta.

Uno que nos quite el sueño y no nos de dolor de estómago. Como en el amor, igual.


Por Andrea Rus Rodríguez,

escribiendo sobre la ternura en este rincón perdido, y no diría de prestado, ya que este espacio apenas tiene valor fuera de nosotros. Más bien le he robado yo el texto para traérmelo aquí y conservarlo un poco más en la despensa.